Aun puedo sentir los insípidos recuerdos que empezaron por mi cuello y terminaron en mi estómago y venas de mi cabeza.
Estaba yo plasmado en medio de una oscuridad que me hervía la sangre. Era aquella una noche fría y espeluznante que no era ordinaria, si no más bien mística y aterradora por la nostalgia que me causaba el crujir de mi ataúd alterándome hasta los pelos. ¡Ya no habría más luz para mí! Estaba sumergido en la desvinculación de lo real y de lo irreal.
Aunque me encontraba encerrado en un ataúd de madera vieja y de olor repugnante, aquel lugar parecía con más vida que mi propia alma.
No recordaba ni quien era ni como me llamaba. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué es lo que realmente me había sucedido?
El desespero de encontrarle razón a tanto, me llevo a desentender lo que creía entender y me llevo a preguntarme realmente quien yo era.
Un silencio tétrico acorraló cada rincón del ataúd, haciéndome quedar suspendido llegando a pensar inclusive que estaba muerto. Pero el olor putrefacto que allí habitaba era demasiado fuerte para no ser una realidad.
Como por fuerzas mayores y animales abrí mis ojos y, una necesidad inconcebible me movieron las manos para abrir aquel baúl, que ya era como un hogar vicioso para mí. Entendí entonces que aquel lugar era más que un ataúd, era el recinto de la criatura que más temía en toda la tierra, y de la cual yo me llegue a convertir.
Era esto, indeseablemente aterrador, pero no obstante, ocurría por que tenía que ocurrir, incluso sin que yo lo comprendiera ni controlara. De la misma forma que lo seria una un pecado irreversible, usurpando mi vida humana y convirtiéndola en una historia que empezaba y se me hacia mas aterradora por las premoniciones que se me avenían al estomago.
Una vez habiendo sacado mi pálida mano de mi exuberante lecho, energías animales me llevaron a empujarla de un tirón que sonó mas como un disparo. En ese instante las pupilas se me ruborizaron y el rostro me sonrió con una mueca maquiavélica que mostró mis colmillos y le dio entrada al pensamiento increíble y horroroso concluyendo en gritos: “¡Yo soy Drácula!”
Estaba yo plasmado en medio de una oscuridad que me hervía la sangre. Era aquella una noche fría y espeluznante que no era ordinaria, si no más bien mística y aterradora por la nostalgia que me causaba el crujir de mi ataúd alterándome hasta los pelos. ¡Ya no habría más luz para mí! Estaba sumergido en la desvinculación de lo real y de lo irreal.
Aunque me encontraba encerrado en un ataúd de madera vieja y de olor repugnante, aquel lugar parecía con más vida que mi propia alma.
No recordaba ni quien era ni como me llamaba. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué es lo que realmente me había sucedido?
El desespero de encontrarle razón a tanto, me llevo a desentender lo que creía entender y me llevo a preguntarme realmente quien yo era.
Un silencio tétrico acorraló cada rincón del ataúd, haciéndome quedar suspendido llegando a pensar inclusive que estaba muerto. Pero el olor putrefacto que allí habitaba era demasiado fuerte para no ser una realidad.
Como por fuerzas mayores y animales abrí mis ojos y, una necesidad inconcebible me movieron las manos para abrir aquel baúl, que ya era como un hogar vicioso para mí. Entendí entonces que aquel lugar era más que un ataúd, era el recinto de la criatura que más temía en toda la tierra, y de la cual yo me llegue a convertir.
Era esto, indeseablemente aterrador, pero no obstante, ocurría por que tenía que ocurrir, incluso sin que yo lo comprendiera ni controlara. De la misma forma que lo seria una un pecado irreversible, usurpando mi vida humana y convirtiéndola en una historia que empezaba y se me hacia mas aterradora por las premoniciones que se me avenían al estomago.
Una vez habiendo sacado mi pálida mano de mi exuberante lecho, energías animales me llevaron a empujarla de un tirón que sonó mas como un disparo. En ese instante las pupilas se me ruborizaron y el rostro me sonrió con una mueca maquiavélica que mostró mis colmillos y le dio entrada al pensamiento increíble y horroroso concluyendo en gritos: “¡Yo soy Drácula!”
Me levanté precipitadamente. Entonces una risa endemoniada broto de
mis cuerdas vocales que al momento se tornaron desafinadas y chillonas.
Comencé a ver murciélagos por todas partes, eran tan negros y tétricos,
pero al momento se transformaron en bellas damas vestidas de blanco.
Por actos de locura y olvido de la realidad, todo temor se me infundo en placer. De alguna u otra forma baile con aquellas damas como un tremendo diablo. Recorrimos el castillo antiguo y enorme por medio de danzas que iban mas acorde por la melodía aterradora, que el trasfondo de música de discoteca, que a pesar de todo se confundían frecuentemente entre terror y placer.
De repente y como un rasgo de muerte, un agudo grito me alborotó los oídos y me alimento la boca. Llenos de sangre mis labios, las otras damas se esfumaron y el trago que había succionado, me pasaba como soda ardiente con una tremenda vacilación. Me puse a contemplar entonces donde me encontraba y me vi volando como un murciélago por entre unas cortinas que se parecían mas a sabanas recalentadas por mi movimiento.
Una nostalgia me precipito y me llevo corriendo o más bien tambaleando hacia las damas que habían salido huyendo.
Cuando las alcancé, las trate de convencer para que regresaran conmigo.
Por sus rostros y sus voces me percaté de que más que asustadas estaban molestas. ¿Acaso Drácula no les impartía miedo después de todo? Según su comportamiento yo no era un buen ejemplar.
“A pesar de esto, tengo fuerza sobrenatural” Me dije a mi mismo. Así que halé a una del brazo para que se me aproximara, y esta me respondió con una tremenda cachetada. Quedé con una vista desorbitada tambaleándome hasta casi caerme. “¿Son ustedes también vampiros?” Les pregunté. Entonces, una me grito al instante: “¡Borracho!”
Entonces deje salir una risa espontánea y estrafalaria diciendo: “No señoritas, ¡Yo soy Drácula!”
Sin que se aterraran se fueron y me dejaron solo en medio de la calle en una noche ya oscura.
Yo estaba trastornado por lo sucedido, pero sin tiempo de molestarme descubriendo que las tres damas que se alejaban ahora eran seis, ¿o es que yo ya estaba bizco de tanta sangre llenándome la barriga?
¡Imposible! Mis tripas me rugían del hambre y la sangre era mi medio subsistente.
Decidí entonces irme, puesto que los poderes de esos vampiros sobrepasaban mis capacidades. ¡Además eran seis contra uno!
No tendría oportunidad de gozar con mis compatriotas femeninas. Después de todo somos inmortales, ¿Que tanto les podría molestar?
“¡Bah!” me dije- “Esas pobres diablas lo que necesitan son unos novios vampiros. No saben de lo que se están perdiendo sin mi”
Por actos de locura y olvido de la realidad, todo temor se me infundo en placer. De alguna u otra forma baile con aquellas damas como un tremendo diablo. Recorrimos el castillo antiguo y enorme por medio de danzas que iban mas acorde por la melodía aterradora, que el trasfondo de música de discoteca, que a pesar de todo se confundían frecuentemente entre terror y placer.
De repente y como un rasgo de muerte, un agudo grito me alborotó los oídos y me alimento la boca. Llenos de sangre mis labios, las otras damas se esfumaron y el trago que había succionado, me pasaba como soda ardiente con una tremenda vacilación. Me puse a contemplar entonces donde me encontraba y me vi volando como un murciélago por entre unas cortinas que se parecían mas a sabanas recalentadas por mi movimiento.
Una nostalgia me precipito y me llevo corriendo o más bien tambaleando hacia las damas que habían salido huyendo.
Cuando las alcancé, las trate de convencer para que regresaran conmigo.
Por sus rostros y sus voces me percaté de que más que asustadas estaban molestas. ¿Acaso Drácula no les impartía miedo después de todo? Según su comportamiento yo no era un buen ejemplar.
“A pesar de esto, tengo fuerza sobrenatural” Me dije a mi mismo. Así que halé a una del brazo para que se me aproximara, y esta me respondió con una tremenda cachetada. Quedé con una vista desorbitada tambaleándome hasta casi caerme. “¿Son ustedes también vampiros?” Les pregunté. Entonces, una me grito al instante: “¡Borracho!”
Entonces deje salir una risa espontánea y estrafalaria diciendo: “No señoritas, ¡Yo soy Drácula!”
Sin que se aterraran se fueron y me dejaron solo en medio de la calle en una noche ya oscura.
Yo estaba trastornado por lo sucedido, pero sin tiempo de molestarme descubriendo que las tres damas que se alejaban ahora eran seis, ¿o es que yo ya estaba bizco de tanta sangre llenándome la barriga?
¡Imposible! Mis tripas me rugían del hambre y la sangre era mi medio subsistente.
Decidí entonces irme, puesto que los poderes de esos vampiros sobrepasaban mis capacidades. ¡Además eran seis contra uno!
No tendría oportunidad de gozar con mis compatriotas femeninas. Después de todo somos inmortales, ¿Que tanto les podría molestar?
“¡Bah!” me dije- “Esas pobres diablas lo que necesitan son unos novios vampiros. No saben de lo que se están perdiendo sin mi”
Caminando por la calle y admirando el panorama nocturno, la
resonancia del órgano de la cátedra cercana, me llenó el alma entonando
sinfonías profundas y siniestras tal y como lo era yo.
De repente, me acorde que aquella misma melodía era la que me aterrorizaba cuando era niño, ¿Cómo era que ahora me inspiraba tanto coraje?
Obviamente ya no era un humano corriente, era un muerto en vida alimentándome de la sangre de los vivos para sobrevivir de noche en noche. En ese instante un perro se apareció desde un callejón estrecho y me mordió la pierna. Grite exaltado, más por temor que de dolor. Con una patada me liberé rápidamente, pero no a salvo de los ladridos y gruñidos amenazantes de esta feroz criatura.
Quedé pasmado ante sus colmillos acordándome al mismo tiempo que yo también contaba con unos. No hacia falta tirarme al piso puesto que ya me había caído por la percepción del equilibro que había perdido.
Me puse de cuatro patas y me ericé como un gato, involucrándome en un callejón oscuro y envuelto en una pelea con un perro de mala muerte.
Yo sabía que esta no iba a ser una de mis reconocidas batallas como conde Drácula, pero la inmensidad de factores me obligó a atacar a tan insignificante oponente que ya me había retado.
Sin ningún temor me abalancé contra el animal y le mordí una pata. Un chillido insoportable tal y como el de una uña rasgando un pizarrón; me advirtieron de la pandilla de mi atacante.
Unas bestiales criaturas semejantes a los lobos, emergieron de la oscuridad y me acecharon rápidamente si como vinieran a cobrar por mi alma. Pero para mi fortuna, escape a tiempo transformándome en un escurridizo murciélago.
Aleteé hasta chocar contra una dura superficie que resonó tan fuerte, que por poco me revienta los tímpanos. Era la campana de la catedral. Sin embargo, no caí en cuenta de ello hasta que descendí varios pisos estrellándome contra el centro de la iglesia.
El estruendo dejo caer varias copas de agua bendita encima de mí.
Un cura acudió enseguida susurrándole a la virgen para que nada malo me pasara. Me sacudí como un perro, y viendo al cura, me levante y le sonreí convencido de tener una dignidad y un aspecto digno de un siniestro amo de la noche.
“No se altere padre, hoy le voy a perdonar la vida” Le dije con un tono de maestría y autoridad.
El cura dejo estallar una carcajada exclamando: “A este pobre vagabundo el agua bendita lo ha hecho pensar que es Jesús”
Al yo escuchar agua bendita, los ojos se me descobijaron y un grito de guerra resonó por cada esquina del recinto.
Sentí como la piel me quemaba hasta los huesos por la humedad y me hacía correr desesperadamente fuera de la iglesia buscando algún alivio de mi naturaleza exclusiva. No obstante, las puertas ya estaban cerradas sin dejarme escapatoria alguna.
“¡Déjenme salir de aquí!” exclamé varias veces con voz moribunda y con exagerado teatro.
El cura acudía rápidamente a cortos pasos, mostrando preocupación en su rostro por el delirio que me acontecía.
“Aléjate mortal” Le gritaba una y otra vez con acentos adormilados e intercalados por todas las vocales.
“No me obligues a chupar tu sangre que tan salada debe saber”
El cura con una enorme sonrisa bondadosa solo agitaba la cabeza, ayudándome al mismo tiempo a levantarme del piso en el que había caído.
“Vamos Mafre” me dijo - “Vamos a rezar para que esta borrachera se te vaya y con ella tanta locura que te ha infundado”
“Primero estarás muerto antes de pronunciar la primera silaba” Le amenacé con vacilación mientras me apoyaba en su hombro. Entre tanto, el me ayudaba a caminar hasta la primera fila del frente para ejecutar su dicha sentencia. Yo no paraba de reírme mirándolo y sacándole gracia a todo lo que le veía. “Padre…” comencé “¿Porque me has llamado Mafre? ¿No te has dado cuenta que soy Drácula? Has de ser un hombre muy valiente sin temer del señor de la noche”
“Mafre, Mafre, Cada sábado estas borracheras te vuelven mas atolondrado. La semana pasada te creías Don Quijote, esta vez dizque Drácula, ¿En la próxima que sigue? ¿Caperucita Roja?”
De repente, me acorde que aquella misma melodía era la que me aterrorizaba cuando era niño, ¿Cómo era que ahora me inspiraba tanto coraje?
Obviamente ya no era un humano corriente, era un muerto en vida alimentándome de la sangre de los vivos para sobrevivir de noche en noche. En ese instante un perro se apareció desde un callejón estrecho y me mordió la pierna. Grite exaltado, más por temor que de dolor. Con una patada me liberé rápidamente, pero no a salvo de los ladridos y gruñidos amenazantes de esta feroz criatura.
Quedé pasmado ante sus colmillos acordándome al mismo tiempo que yo también contaba con unos. No hacia falta tirarme al piso puesto que ya me había caído por la percepción del equilibro que había perdido.
Me puse de cuatro patas y me ericé como un gato, involucrándome en un callejón oscuro y envuelto en una pelea con un perro de mala muerte.
Yo sabía que esta no iba a ser una de mis reconocidas batallas como conde Drácula, pero la inmensidad de factores me obligó a atacar a tan insignificante oponente que ya me había retado.
Sin ningún temor me abalancé contra el animal y le mordí una pata. Un chillido insoportable tal y como el de una uña rasgando un pizarrón; me advirtieron de la pandilla de mi atacante.
Unas bestiales criaturas semejantes a los lobos, emergieron de la oscuridad y me acecharon rápidamente si como vinieran a cobrar por mi alma. Pero para mi fortuna, escape a tiempo transformándome en un escurridizo murciélago.
Aleteé hasta chocar contra una dura superficie que resonó tan fuerte, que por poco me revienta los tímpanos. Era la campana de la catedral. Sin embargo, no caí en cuenta de ello hasta que descendí varios pisos estrellándome contra el centro de la iglesia.
El estruendo dejo caer varias copas de agua bendita encima de mí.
Un cura acudió enseguida susurrándole a la virgen para que nada malo me pasara. Me sacudí como un perro, y viendo al cura, me levante y le sonreí convencido de tener una dignidad y un aspecto digno de un siniestro amo de la noche.
“No se altere padre, hoy le voy a perdonar la vida” Le dije con un tono de maestría y autoridad.
El cura dejo estallar una carcajada exclamando: “A este pobre vagabundo el agua bendita lo ha hecho pensar que es Jesús”
Al yo escuchar agua bendita, los ojos se me descobijaron y un grito de guerra resonó por cada esquina del recinto.
Sentí como la piel me quemaba hasta los huesos por la humedad y me hacía correr desesperadamente fuera de la iglesia buscando algún alivio de mi naturaleza exclusiva. No obstante, las puertas ya estaban cerradas sin dejarme escapatoria alguna.
“¡Déjenme salir de aquí!” exclamé varias veces con voz moribunda y con exagerado teatro.
El cura acudía rápidamente a cortos pasos, mostrando preocupación en su rostro por el delirio que me acontecía.
“Aléjate mortal” Le gritaba una y otra vez con acentos adormilados e intercalados por todas las vocales.
“No me obligues a chupar tu sangre que tan salada debe saber”
El cura con una enorme sonrisa bondadosa solo agitaba la cabeza, ayudándome al mismo tiempo a levantarme del piso en el que había caído.
“Vamos Mafre” me dijo - “Vamos a rezar para que esta borrachera se te vaya y con ella tanta locura que te ha infundado”
“Primero estarás muerto antes de pronunciar la primera silaba” Le amenacé con vacilación mientras me apoyaba en su hombro. Entre tanto, el me ayudaba a caminar hasta la primera fila del frente para ejecutar su dicha sentencia. Yo no paraba de reírme mirándolo y sacándole gracia a todo lo que le veía. “Padre…” comencé “¿Porque me has llamado Mafre? ¿No te has dado cuenta que soy Drácula? Has de ser un hombre muy valiente sin temer del señor de la noche”
“Mafre, Mafre, Cada sábado estas borracheras te vuelven mas atolondrado. La semana pasada te creías Don Quijote, esta vez dizque Drácula, ¿En la próxima que sigue? ¿Caperucita Roja?”
“Mucho me has confundido ingenuo mortal. Ahora experimentarás lo que se siente que te succionen la vida sin condolencia alguna”
Me disponía en ese instante a ejecutar las palabras pronunciadas, pero lo que el cura me dijo al instante y con completa sinceridad, me erizó hasta el vestido por tal magnitud que conllevaba el mensaje diciendo; “Deja de parlotear amigo mío, y fíjate mas bien en aquella cruz por la cual cristo dio su vida por perdonar nuestros pecados y como…”
“¿Cruz?” Le interrumpí aterrorizado.
“Por supuesto, ¿que hay de malo en ello?” Me respondió.
El impacto no me alcanzaba para respirar y exhalar el aire tan dificultoso que se tornaba. Sobretodo al estar presente ante aquella gigantesca cruz, que estaba a mis pies, y que con su tan sola presencia me desintegraba mi corazón infrahumano. Siendo tal y como un ataque al corazón; los segundos no transcurrían en su tiempo debido y las imágenes se me congelaban, ahora contemplando los inmensos vitrales llenos de santos y oliendo el lugar aromatizado de especias y de todo crucifico sagrado, resultándome más un infierno viviente que una simple iglesia para los mortales.
Me le aparte drásticamente, y vociferando en ira le reclamé: “¡Yo sabia que esto era una trampa! Muy bien sabes que los vampiros les temen a las cruces. Por eso me has traído hasta acá. ¡Alguna noche te buscaré en tu cama y me vengare de ti!, insignificante humano.”
Me pare al marco de la puerta, y antes de salir lo mire indiscretamente y este, lo único que me dijo tras un bostezo fue: “Solo te pido que ojala no se te olvide venir mañana a la iglesia y a hacer tu confesión semanal, haber si la gracia divina te quita todas esas cucarachas de la cabeza”
Cerré entonces la puerta con una furia enorme, y me largue a un lugar por allí cerca si como la costumbre olvidada me condujera a hacer lo que hacia.
En el camino era yo llenado de euforia y de coraje, meditando de cuanto la gente en estos tiempos ha menospreciado a Drácula y a sus respetadas leyendas. Tanto así, que eran capaces de confundirme por un simple borracho.
Finalmente al par de la luna llena, estaba parado en frente de un bar. Instintivamente entré, puesto que por mi desanimo ya todo me daba cualquier cosa.
Una vez adentro, todos los que allí estaban me miraron y luego volvieron sus cabezas si como solo el aire hubiera entrado por aquella puerta en vez de mí persona. Me molesté entonces puesto que nadie gritó ni se alborotó al notar mi presencia, si no que por lo contrario actuaron si como ya me conocieran.
Sin nada mas que hacer al respecto, me senté y el cantinero se me aproximo saludándome: “Hola Mafre, ¿Te sirvo lo de siempre?”
¡Esas palabras derramaron la copa! Mas furioso que nunca me levante, le di una patada a la silla y exclame a todo pulmón: “¿Se volvieron todos brutos en esta ciudad? ¡Todos me las van a pagar! ¡Y van a saber respetarme si como fueran mis propios súbditos!
Lo siguiente que recordé fue que me sacaron como un trapo sucio de aquel lugar, pero seguramente de alguna forma me habrán embrujado porque anularon mis poderes.
Me quede un rato allí tirado, sin fuerzas de levantarme siquiera. Seguramente habré quedado dormido. Porque luego desperté en el asiento de un parque, oliendo a sangre o alcohol… después de todo ya no notaba la diferencia.
El sol tocaba borde y al advertirlo, me preocupe en extremo por volver a mi castillo y a mi ataúd maldito. Sin reconocer donde me encontraba, recordé que estaba en la ciudad pero, ¿Cómo había llegado allí? ¿Qué haría para llegar a mi castillo antes de que la luz del sol me eliminara de la faz de la tierra?
En ese momento me empecé a preguntar si realmente vivía en un castillo, o si aquel lugar era parecido a Transilvana, o en peores términos: ¿Realmente era yo Drácula, o si no, que era?
¿Había dejado de ser un vampiro cuando me quitaron los poderes en aquel bar de mala muerte? ¿Será que realmente seré yo ese “Mafre”, un pobre borracho del cual todo el mundo me confunde?
De lo que si estaba seguro era que mas que nada prefería ser aquel Mafre, vagabundo y sin futuro que me servia mas que ser Drácula. Incluso por más que añorase tal inmortalidad y deleite en lo prohibido, preferiría vivir como borracho y no morir como vampiro en un amanecer inocente y decisivo. Después de todo, una borrachera mezclada por una película clásica de Drácula, podrían ser las razones que me han avenido con tanta locura y confusión. “No quiero ni imaginarme lo que pasaría el próximo sábado si me compro la caperucita roja”.
Me disponía en ese instante a ejecutar las palabras pronunciadas, pero lo que el cura me dijo al instante y con completa sinceridad, me erizó hasta el vestido por tal magnitud que conllevaba el mensaje diciendo; “Deja de parlotear amigo mío, y fíjate mas bien en aquella cruz por la cual cristo dio su vida por perdonar nuestros pecados y como…”
“¿Cruz?” Le interrumpí aterrorizado.
“Por supuesto, ¿que hay de malo en ello?” Me respondió.
El impacto no me alcanzaba para respirar y exhalar el aire tan dificultoso que se tornaba. Sobretodo al estar presente ante aquella gigantesca cruz, que estaba a mis pies, y que con su tan sola presencia me desintegraba mi corazón infrahumano. Siendo tal y como un ataque al corazón; los segundos no transcurrían en su tiempo debido y las imágenes se me congelaban, ahora contemplando los inmensos vitrales llenos de santos y oliendo el lugar aromatizado de especias y de todo crucifico sagrado, resultándome más un infierno viviente que una simple iglesia para los mortales.
Me le aparte drásticamente, y vociferando en ira le reclamé: “¡Yo sabia que esto era una trampa! Muy bien sabes que los vampiros les temen a las cruces. Por eso me has traído hasta acá. ¡Alguna noche te buscaré en tu cama y me vengare de ti!, insignificante humano.”
Me pare al marco de la puerta, y antes de salir lo mire indiscretamente y este, lo único que me dijo tras un bostezo fue: “Solo te pido que ojala no se te olvide venir mañana a la iglesia y a hacer tu confesión semanal, haber si la gracia divina te quita todas esas cucarachas de la cabeza”
Cerré entonces la puerta con una furia enorme, y me largue a un lugar por allí cerca si como la costumbre olvidada me condujera a hacer lo que hacia.
En el camino era yo llenado de euforia y de coraje, meditando de cuanto la gente en estos tiempos ha menospreciado a Drácula y a sus respetadas leyendas. Tanto así, que eran capaces de confundirme por un simple borracho.
Finalmente al par de la luna llena, estaba parado en frente de un bar. Instintivamente entré, puesto que por mi desanimo ya todo me daba cualquier cosa.
Una vez adentro, todos los que allí estaban me miraron y luego volvieron sus cabezas si como solo el aire hubiera entrado por aquella puerta en vez de mí persona. Me molesté entonces puesto que nadie gritó ni se alborotó al notar mi presencia, si no que por lo contrario actuaron si como ya me conocieran.
Sin nada mas que hacer al respecto, me senté y el cantinero se me aproximo saludándome: “Hola Mafre, ¿Te sirvo lo de siempre?”
¡Esas palabras derramaron la copa! Mas furioso que nunca me levante, le di una patada a la silla y exclame a todo pulmón: “¿Se volvieron todos brutos en esta ciudad? ¡Todos me las van a pagar! ¡Y van a saber respetarme si como fueran mis propios súbditos!
Lo siguiente que recordé fue que me sacaron como un trapo sucio de aquel lugar, pero seguramente de alguna forma me habrán embrujado porque anularon mis poderes.
Me quede un rato allí tirado, sin fuerzas de levantarme siquiera. Seguramente habré quedado dormido. Porque luego desperté en el asiento de un parque, oliendo a sangre o alcohol… después de todo ya no notaba la diferencia.
El sol tocaba borde y al advertirlo, me preocupe en extremo por volver a mi castillo y a mi ataúd maldito. Sin reconocer donde me encontraba, recordé que estaba en la ciudad pero, ¿Cómo había llegado allí? ¿Qué haría para llegar a mi castillo antes de que la luz del sol me eliminara de la faz de la tierra?
En ese momento me empecé a preguntar si realmente vivía en un castillo, o si aquel lugar era parecido a Transilvana, o en peores términos: ¿Realmente era yo Drácula, o si no, que era?
¿Había dejado de ser un vampiro cuando me quitaron los poderes en aquel bar de mala muerte? ¿Será que realmente seré yo ese “Mafre”, un pobre borracho del cual todo el mundo me confunde?
De lo que si estaba seguro era que mas que nada prefería ser aquel Mafre, vagabundo y sin futuro que me servia mas que ser Drácula. Incluso por más que añorase tal inmortalidad y deleite en lo prohibido, preferiría vivir como borracho y no morir como vampiro en un amanecer inocente y decisivo. Después de todo, una borrachera mezclada por una película clásica de Drácula, podrían ser las razones que me han avenido con tanta locura y confusión. “No quiero ni imaginarme lo que pasaría el próximo sábado si me compro la caperucita roja”.
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